sábado, 15 de diciembre de 2012

Melodías de la basura

La industria de la música tiene como objetivo comercializar todo más allá de su producto musical. Con estrategias de mercado son capaces de llevar al éxito su “basura” melódica y hacerla “moda”. 

En Cateura, Paraguay, un pueblo esencialmente construido sobre un vertedero. Donde la gente “vive” de la basura, y los niños corren a menudo el riesgo de involucrarse con drogas y pandillas. Luis Szarán, director de orquesta y Fabio, profesor de música, establecieron un programa de música para los niños de Cateura. Fue tan exitoso el programa, que pronto tuvieron más estudiantes que instrumentos disponibles para todos. Entonces, con la ayuda del señor Nicolás, se dieron a la tarea de construirlos del material que tenían a la mano: la basura. 


Hoy en día, hay toda una orquesta de instrumentos montados, se llama La Orquesta de reciclado.

Aquí este documental que nos muestra cómo los materiales pueden ser reutilizados, pero lo más importante, nos hace testigos de la transformación de los seres humanos a través de la educación y buenas iniciativas.

“Poner de moda, no el celular, no la ropa, sino poner de moda: la inteligencia”. – Szarán, landfill harmonic.


Obtenido de: http://hazmeelchingadofavor.com/2012/12/09/melodias-de-la-basura/

Bowling for columbine - Michael Moore

Derivado de la última balacera en Estados Unidos hecha por un joven de Connecticut, en donde hubo 28 muertos y 20 de ellos eran niños, aquí les dejo (para los pocos que no han visto) el documental de Michael Moore: Bowling for columbine. Nos podemos dar cuenta del por qué es tan fácil para un estadounidense hacerse de un arma y claro, aunado a la segunda enmienda, la violencia explícita a la que están expuestos en los programas de tv, a la falta de valores familiares, abusos sexuales en la niñés, etc, tenemos como resultado a un joven de menos de 25 años acrivillando seres humanos. Lamentable, es una palabra que se queda corta y es simple con comparación con el sufrimiento de los padres y las mismas víctimas de este tipo de atentados.



viernes, 14 de diciembre de 2012

El buscador - Jorge Bucay


Esta es la historia de un hombre que yo definiría como un buscador ... Un buscador es alguien que busca, no necesariamente alguien que encuentra.

Tampoco es alguien que, necesariamente, sabe qué es lo que está buscando. Es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.

Un día, el buscador sintió que debería ir a la ciudad de Kammir. El había aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, de modo que dejó todo y partió.

Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó a lo lejos la ciudad de Kammir. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó mucho la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores bellas. La rodeaba por completo una especie de valla de madera lustrada ... Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar.

De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar. El buscador traspasó el portal y caminó lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de este paraíso multicolor. Sus ojos eran los de un buscador, y quizá por eso descubrió sobre una delas piedras, aquella inscripción:

"Aquí yace Abdul Tareg. Vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días."

Se sobrecogió un poco al darse cuenta que esa piedra no erasimplemente una piedra, era una lapida. Sintió pena al pensarque un niño de tan corta edad estuviera enterrado en ese lugar. Mirando a su alrededor el hombre se dio cuenta que la piedrade al lado tenía también una inscripción. Se acercó a leerla; decía:

"Aquí yace Yamir Kalib. Vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas." El buscador se sintió terriblemente abatido. Ese hermoso lugar era un cementerio y cada piedra, una tumba. Una por una leyó las lapidas. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto.

Pero lo que más lo conecto con el espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los 11 años. Embargado por un dolor terrible se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio, que pasaba por ahí, se acercó. Lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.

"No, ningún familiar" dijo el buscador. ¿Qué pasa con este pueblo? ¿Qué cosa terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar...?¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente que los ha obligado a construir un cementerio de niños...?"

El anciano respondió:

"Puede usted serenarse. No hay tal maldición. Lo que sucede es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré ...Cuando un joven cumple quince años sus padres le regalan una libreta como ésta que tengo aquí colgando del cuello. Y es tradición entre nosotros que a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abra la libreta y anote en ella, a la izquierda, que fue lo disfrutado y a la derecha, cuánto tiempo duro el gozo. "Conoció a su novia, y se enamoró de ella. ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿una semana..? ¿dos.? ¿tres semanas y media...? Y después, la emoción del primer beso, la fiesta de bodas, ¿cuánto duró la alegría del matrimonio? ¿dos días...? ¿una semana..? ¿Y el casamiento de sus amigos...? Y el viaje más deseado...? ¿Y el encuentro con quien vuelve de un país lejano..? ¿Cuánto tiempo duro el disfrutar de esas sensaciones...? ¿Horas..? ¿días...?

Así, vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos. Cuando alguien muere es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo anotado, para escribirlo sobre su tumba, porque es, amigo caminante, el único y verdadero tiempo VIVIDO."


Tomado del libro de Jorge Bucay: Cuentos para pensar

miércoles, 12 de diciembre de 2012

La Obsolescencia Programada (Fabricados para no durar)

No me extraña que mi mecánico me dijera que la compostura de mi coche saldrá más cara de lo esperado. Las refacciones de los coches, así como todo lo que se fabrica y se pone en un estante, tiene un promedio de vida útil lo suficientemente "bueno", para que en un abrir y cerrar de ojos estemos comprando nuevamente las cosas que más necesitamos. 

¿Es posible que un simple foco nos pudiera durar décadas antes de fundirse? La respuesta es SI. Pero, ¿qué pasaría con las fábricas de focos si por lo mismo nadie les fuera a comprar tales productos por no necesitarlos tan recurrentemente? Aquí les dejo este documental que habla al respecto.


martes, 4 de diciembre de 2012

Nunca


Quieren hacernos creer que ahora hay que mirar "hacia adelante"; que cualquiera que hubiera llegado como presidente iba a robar de todas formas; quieren que deje de criticar y que me ponga a trabajar, pero si siempre he trabajado y dado lo mejor de mí, el problema es que me costó mucho trabajo encontrar un empleo y la paga, aún cuando tengo un título, está de la fregada. Tengo una amiga gringa de 62 años que, cansada de la vida aquí en México, se fue de regreso a USA y adivinen qué.. consiguió trabajo en menos de dos semanas y en menos de 2 meses se pudo hacer de un carro de medio uso.

Me da mucha lástima ver a los mexicanos tan divididos, tan faltos de información verídica; creyendo toda la bola de farsas que algunas televisoras tienen más que preparadas. ¿Es posible que en México no estemos preparados para un gobierno de verdad? Sólo sumando conciencias bajo argumentos sólidos y contundentes podremos ir despertando a nuestros más allegados. Es una lástima que haya ganado este partido. Tiene gente muy capaz, pero para robar y extorsionar. Es difícil quedarse callado. Imagino la impotencia que han de sentir los que han perdido a algún familiar en la violenta guerra que dejó como consecuencia Calderón en su paso por Los pinos. 

En fin.. solo quería hacer un poco de catarsis esta noche. Saludos.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Entre el Black Friday y el Buen fin

El Black Friday o viernes negro, ocurre en Estados Unidos y ocurre un día después del Día de Acción de gracias, el cuál se celebra el cuarto jueves del mes de noviembre. El viernes negro no es oficialmente un día festivo, pero muchas empresas les dan el día a sus empleados para que vayan a hacer sus "compras"; y es que, en realidad hacen buenos descuentos en algunos productos que tientan al comprador a desembolsar unos cuantos dólares de su bolsillo. Hasta aquí todo suena.... muy bien.

Pero lamentablemente, el hombre y sus instintos primarios, hace que el viernes negro se convierta en una pesadilla para sí mismo; la mercadotecnia del sistema neoliberal le ha examinado y domesticado a la perfección y le hace cometer las mayores estupideces. No se trata solo de analfabetismo, sino de falta completa de valores morales y éticos. En el video se aprecia cómo unas personas son capaces de todo por obtener los productos que consideran más atractivos en precio ese día, o los que tienen mayor demanda. Es simplemente denigrante la forma en que se atropellan, empujan y amontonan unos sobre otros para tomar una caja.






Aquí en México, cómo una copia barata de lo que hacen en el país de las hamburguesas, nace hace apenas dos años algo llamado "El Buen fin", aunque las empresas se resisten a rebajar sus precios de manera que sea verdaderamente redituable para al consumidor, lo que impide tener escenas en las que nos rebajemos a pelearnos por obtener un producto. En la página www.elbuenfin.org se nos especifica que:


"El Buen Fin busca reactivar la economía fomentando el consumo, pero sobre todo mejorar la calidad de vida de todas las familias mexicanas. Le llamamos el Buen Fin, no sólo por ser un fin de semana de descuentos espectaculares, sino también porque al hacerlo perseguimos un buen fin: queremos usar el poder del consumo para reactivar nuestra economía al mismo tiempo que tú, como consumidor te beneficias comprando todo lo que siempre estás postergando con los mejores precios del año."

¿Reactivar la economía? Me pregunto para beneficio de quién o quiénes. y claro, esto me lleva a hacerme más preguntas: ¿Acaso después del buen fin la gasolina o el huevo va a costar un poco menos?, ¿Si el buen fin funciona tan bien y reactiva la economía de un país, por qué no lo hacen 5 o 10 veces al año?. Cuando el párrafo anterior cita: "Queremos usar el buen fin para reactivar nuestra economía", pienso que lo dicen literalmente, pero esa palabra de "nuestra", no nos incluye a nosotros.


Millones de mexicanos, se endeudaron y cayeron en la trampa, creyeron que porque les dejaban un producto a meses sin intereses estaban haciendo una buena compra pero lo único que va a pasar es que al final se le complicará pagar a la tarjeta de crédito y lo pequeña diferencia que no pagó en su momento lo pagará con creces cuando tenga que pagar los intereses al banco. Si tú eres de los que eres puntual en sus pagos, felicidades, pero perteneces a un porcentaje muy reducido; la inmensa mayoría de los tarjetahabientes son morosos.


Y para muestra de lo que el buen fin hace en México, aquí les dejo unas imágenes para que vean "las ofertotas" que se aventaron algunas empresas:





miércoles, 3 de octubre de 2012

El bosque de los suicidas

Me llamó la atención este video, el cual es un minidocumental sobre lo que ocurre el bosque Aokigahara, en las faldas del monte Fuji en Japón, uno de los más hermosos de ese país, con sus aproximadamente 35 km cuadrados de extensión, es uno de los lugares favoritos que tienen los nipones para suicidarse. Un geólogo llamado Azusa Hayano, quien se encarga de cuidar el bosque, nos narra a través de su experiencia, el comportamiento que tienen algunos de los que deciden ir a suicidarse a ese lugar.

Mi parte favorita es en donde este señor analiza el sistema tan impersonal que nos trae la tecnología, todo el tiempo conectados a internet, llega un momento en el que necesitamos hablar "cara a cara", no podemos mantener amistades verdadera si solo es a través de un monitor, donde se ocultan tantas cosas, donde podemos mentir con más facilidad. Espero que les resulte interesante.

sábado, 25 de agosto de 2012

El nuevo avión presidencial

Ante la posible compra de este avión que quiere hacer el gobierno, se puede vislumbrar la cara más cínica del gobierno panista y el priista. No solamente sería un robo de grandes dimensiones a la nación, sino un insulto indescriptible que le haría el gobierno de México a sus habitantes. Me preocupa mucho mi país. Pero más aún, la falta de organización que tenemos como mexicanos. Que nos dejemos pisotear y solo acabe en inconformidades que se sueltan al aire, sin hacer nada al respecto. Estoy de acuerdo con lo que expresa aquí el Sr. Ricardo Rocha. 


lunes, 13 de agosto de 2012

Home, un film de Yann Arthus-Bertrand

En el presente, en donde el estilo de vida moderno está acabando literalmente con nuestro planeta, se presenta el fotógrafo Yann Arthus-Bertrand, un experto de la fotografía aérea, mostrándonos un documental llamado Home, con el que nos muestra una situación muy conocida, pero poco valorada. El calentamiento global es tan solo uno de los temas que se tocan en este film. En lo personal, me impresiona este suicidio colectivo involuntario que estamos permitiendo. Me rehuso a pensar que somos una raza superior por la manera en que descuidamos el planeta. Es un documental, no solo para reflexionar y regresar al modo de vida que acostumbramos, sino para cambiar la manera de tratar al mundo y hacerle ver a otros que no nos queda mucho tiempo; que nos estamos agotando los recursos naturales de nuestro planeta porque no conocemos, porque ignoramos muchas cosas. Lo recomiendo ampliamente, estoy seguro que les gustará.



Sobre el director (wikipedia): Yann Arthus-Bertrand

sábado, 11 de agosto de 2012

Cómo matar a un elefante, por George Orwell

Me he encontrado un texto del señor George Orwell, escrito en 1936 y no puedo evitar darle cabida en este blog. Sencillamente me ha dejado con buen sabor de boca.

MATAR UN ELEFANTE (Shooting an elephant)
Traducción de Laura Manero y Verónica Canales
Fuente: http://www.saltana.org/1/20/44.htm

1    En Moulmein, en la Baja Birmania, fui odiado por un gran número de personas; se trató de la única vez en mi vida en que he sido lo bastante importante para que me ocurriera eso. Era subcomisario de la policía de la ciudad y allí, de un modo carente de objeto y trivial, el sentimiento antieuropeo era enconado. Nadie tenía agallas para promover una revuelta, pero si una mujer europea paseaba sola por los bazares, seguro que alguien le escupía jugo de betel al vestido. Como policía, yo era un blanco evidente y me atormentaban siempre que parecía seguro hacerlo. Si un ágil birmano me ponía la zancadilla en el campo de fútbol y el árbitro (otro birmano) hacía la vista gorda, la multitud estallaba en sardónicas risas. Eso sucedió más de una vez. Al final, los socarrones rostros amarillos de los chicos que me encontraba por todas partes, los insultos que me proferían cuando estaba a suficiente distancia, me alteraron los nervios. Los jóvenes monjes budistas eran los peores. En la ciudad los había a millares y ninguno parecía tener más ocupación que apostarse en las esquinas y mofarse de los europeos.
2    Todo esto era desconcertante y molesto. Por aquel entonces yo había decidido que el imperialismo era un mal y que cuanto antes me deshiciera de mi trabajo y lo dejara, mejor. En teoría — y en secreto, por supuesto — estaba totalmente a favor de los birmanos y totalmente en contra de sus opresores, los británicos. En cuanto al trabajo que desempeñaba, lo odiaba con mayor encono del que tal vez logre expresar. En una ocupación como ésa se presencia de cerca el trabajo sucio del imperio. Los desgraciados prisioneros hacinados en las jaulas malolientes de los calabozos, los rostros grises y atemorizados de los convictos con condenas más largas, las nalgas laceradas de los hombres que han sido azotados con cañas de bambú; todo eso me oprimía con un insoportable cargo de conciencia. Pero no podía ver la dimensión real de las cosas. Era joven, no tenía muchos estudios y me había visto obligado a meditar mis problemas en el absoluto silencio que le es impuesto a todo inglés en Oriente. Ni siquiera sabía que el Imperio Británico agoniza, y menos aún que es muchísimo mejor que los imperios más jóvenes que van a sustituirlo. Todo cuanto sabía era que me encontraba atrapado entre el odio al imperio al que servía y la rabia hacia las bestiecillas malintencionadas que intentaban hacerme el trabajo imposible. Una parte de mí pensaba en el Raj británico como en una tiranía inquebrantable, un yugo impuesto por los siglos de los siglos a la voluntad de pueblos sometidos; otra parte de mí pensaba que la mayor dicha imaginable sería hundir una bayoneta en las tripas de un monje budista. Sentimientos como éstos son los efectos normales del imperialismo; que se lo pregunten si no a cualquier oficial angloindio, si se lo puede pescar cuando no está de servicio.
3    Un día sucedió algo que, de forma indirecta, resultó esclarecedor. En sí fue un incidente minúsculo, pero me proporcionó una visión más clara de la que había tenido hasta entonces de la auténtica naturaleza del imperialismo, de los auténticos motivos por los que actúan los gobiernos despóticos. A primera hora de la mañana, el subinspector de una comisaría del otro extremo de la ciudad me llamó por teléfono y me dijo que un elefante estaba arrasando el bazar. ¿Sería tan amable de acudir y hacer algo al respecto? No sabía qué podía hacer yo, pero quería ver lo que ocurría, así que me monté en un poni y me puse en marcha. Me llevé el rifle, un viejo Winchester del 44 demasiado pequeño para matar un elefante, pero pensé que el ruido me sería útil para asustarlo. Varios birmanos me detuvieron por el camino y me contaron las andanzas del animal. Por supuesto, no se trataba de un elefante salvaje, sino de uno domesticado con un ataque de «furia». Lo habían encadenado, como hacen siempre que un elefante domesticado va a tener un ataque de «furia», pero la noche anterior había roto las cadenas y se había escapado. Su mahaut, la única persona que sabía cómo tratarlo cuando estaba en aquel estado, había salido en su busca, pero había errado el camino y se encontraba a doce horas de viaje. Por la mañana, el elefante había irrumpido de pronto en la ciudad. La población birmana no tenía armas y se veía bastante indefensa ante el animal. Ya había destrozado la choza de bambú de alguien; había matado una vaca, asaltado varios puestos de fruta y devorado la mercancía; también se había encontrado con el furgón municipal de la basura y, nada más bajar el conductor de un salto y poner pies en polvorosa, había volcado el vehículo y arremetido violentamente contra él.
4    El subinspector birmano y algunos agentes de policía indios me estaban esperando en el barrio en que había sido visto el elefante. Se trataba de un barrio muy pobre, un laberinto de sórdidas chozas de bambú con tejados de palma que se extendía sobre la escarpada ladera de una colina. Recuerdo que era una mañana nublada, bochornosa, al principio de la estación de las lluvias. Empezamos a interrogar a la gente acerca de qué dirección había tomado el elefante y, como de costumbre, no logramos obtener ninguna información concreta. Eso es lo que ocurre en Oriente sin excepción; una historia siempre parece estar clara a cierta distancia, pero, cuanto más te acercas al lugar de los hechos, más confusa se vuelve. Algunas personas decían que el elefante se había ido en una dirección, otras afirmaban que había tomado una dirección distinta, otras manifestaban no haber oído hablar siquiera de ningún elefante. A punto estaba de creer que toda la historia no era más que una sarta de mentiras cuando oímos unos gritos no muy lejos de allí. Fue un berrido agudo y horrorizado de: «¡Fuera de ahí, niño! ¡Fuera de ahí enseguida!», y una vieja con una vara en la mano apareció de detrás de una choza, espantando con violencia a un montón de niños desnudos. La seguían algunas mujeres más, haciendo chascar la lengua y dando voces; era evidente que había algo que los niños no deberían haber visto. Rodeé la choza y vi el cadáver de un hombre que yacía extendido sobre el fango. Era un indio, un culí drávida negro, medio desnudo; no podía llevar muerto muchos minutos. La gente decía que, de repente, al doblar la esquina de la choza, el elefante se había abalanzado sobre él, lo había agarrado con la trompa, le había puesto la pata sobre la espalda y lo había enterrado en el suelo. Era la estación de las lluvias, el terreno estaba blando y su cara había dibujado una zanja de dos palmos de hondo y un par de metros de largo. Estaba boca abajo con los brazos en cruz y la cabeza bruscamente torcida hacia un lado. Tenía el rostro cubierto de fango, los ojos desorbitados, los dientes a la vista y apretados en una mueca de insoportable tormento. (Por cierto, que nadie me diga jamás que los muertos tienen una expresión apacible. La mayoría de cadáveres que he visto tienen un aspecto infernal.) La fricción de la pata de la enorme bestia le había arrancado la piel de la espalda con la misma pulcritud con que se desuella un conejo. En cuanto vi al muerto mandé a un ordenanza a la casa cercana de un amigo en busca de un rifle para elefantes. Ya había enviado de vuelta el poni, porque no quería que enloqueciera de miedo y me tirara al suelo si olía el animal.
5    El ordenanza regresó al cabo de unos minutos con un rifle y cinco cartuchos. Mientras tanto habían llegado algunos birmanos y nos habían dicho que el elefante se encontraba en los arrozales de más abajo, a sólo unos cientos de metros. Al emprender la marcha, casi toda la población del barrio salió de sus casas y me siguió en tropel. Habían visto el rifle y exclamaban emocionados que iba a matar el elefante. No habían mostrado mucho interés en el animal cuando se limitaba a arrasar sus hogares, pero era diferente ahora que lo iban a matar. Para ellos se trataba de un momento de diversión, igual que lo habría sido para un público inglés. Además, querían la carne. Aquello me hizo sentir un poco incómodo. No tenía intención de matarlo -tan sólo había ordenado que trajeran el rifle para defenderme en caso de necesidad- y siempre resulta enojoso que te siga una multitud. Me dirigí colina abajo, con apariencia y sensación de idiota, el rifle echado al hombro y un creciente ejército de personas empujándose tras de mí. Una vez abajo, cuando las chozas quedaban atrás, había un camino de grava y, más allá, una lodosa extensión de arrozales de casi un kilómetro de ancho, aún sin arar, pero empapada por las primeras lluvias y salpicada de malas hierbas. El elefante estaba a unos ocho metros del camino, dándonos el flanco izquierdo. No le hizo ningún caso a la multitud que se acercaba. Arrancaba manojos de hierba, los golpeaba contra las rodillas para limpiarlos y luego se los llevaba a la boca.
6    Me había detenido en el camino. En cuanto vi el elefante tuve la absoluta certeza de que no debía matarlo. Matar un elefante útil para el trabajo es algo serio —es comparable a destruir una máquina enorme y cara— y claro está que no debe hacerse si hay forma de evitarlo. Además, a aquella distancia, comiendo apaciblemente, el elefante no parecía más peligroso que una vaca. Pensé entonces, y pienso ahora, que el ataque de «furia» ya se le estaba pasando, en cuyo caso se limitaría a vagar de forma inofensiva hasta que regresara el mahaut y lo capturara. Es más, no tenía la menor intención de dispararle. Decidí que lo observaría durante un rato para asegurarme de que no volvía a enloquecer y luego me iría a casa.
7    Sin embargo, en aquel momento miré alrededor, a la multitud que me había seguido. Era un grupo numeroso, de al menos unas dos mil personas, y crecía a cada minuto. Bloqueaba un largo tramo del camino en ambas direcciones. Contemplé ese mar de rostros amarillos sobre los ropajes chillones; semblantes felices y exaltados por ese instante de diversión, convencidos de que iba a matar el elefante. Me miraban como habrían mirado a un prestidigitador a punto de realizar un truco. Yo no les gustaba, pero con el rifle mágico entre las manos valía la pena mirarme por un momento. Y de repente me di cuenta de que al final tendría que matarlo. La gente esperaba que lo hiciera y debía hacerlo; sentí sus dos mil voluntades empujándome a actuar, de modo irresistible. Y fue en ese instante, estando ahí con el rifle en las manos, cuando comprendí por primera vez la vacuidad, la futilidad del dominio del hombre blanco en Oriente. Ahí estaba yo, el hombre blanco con su rifle, ante la multitud nativa desarmada, el presunto protagonista de la obra; pero, en realidad, no era más que una absurda marioneta manipulada por la voluntad de aquellos rostros amarillos que tenía detrás. Entendí en ese momento que, cuando el hombre blanco se vuelve un tirano, es su propia libertad la que destruye. Se convierte en una especie de monigote hueco y afectado, la figura estereotipada de un sahib. Porque es condición de su gobierno pasar la vida intentando impresionar a los «nativos», y por eso en cualquier crisis debe hacer lo que los «nativos» esperan de él. Se pone una máscara, y su rostro acaba por adaptarse a ella. Tenía que matar el elefante. Me había comprometido a hacerlo cuando mandé a buscar el rifle. Un sahib debe actuar como tal; debe parecer resuelto, saber lo que piensa y tomar decisiones. Haber recorrido todo ese camino, rifle en mano, con dos mil personas desfilando tras de mí, y alejarme luego sin más, sin haber hecho nada... no, eso era imposible. La multitud se reiría de mí. Y toda mi vida, la vida de todo hombre blanco en Oriente, era una larga lucha para evitar que se rieran de uno.
8    Sin embargo, no quería matar el elefante. Lo contemplé mientras golpeaba su manojo de hierba contra las rodillas, con ese aire de abuela ensimismada que tienen los elefantes. Me parecía que matarlo sería un asesinato. A mi edad no tenía ningún reparo en matar animales, pero nunca había disparado contra un elefante ni había tenido nunca ganas de hacerlo. (No sé por qué siempre parece peor matar un animal grande.) Además, había que tener en cuenta a su dueño. Vivo, el elefante valía por lo menos cien libras; muerto, sólo valdría lo que dieran por sus colmillos, quizá cinco libras. Pero debía actuar con rapidez. Me dirigí hacia unos birmanos que parecían tener cierta experiencia y que ya estaban allí cuando llegamos, y les pregunté cómo se había comportado el elefante. Todos respondieron lo mismo: no te hacía ningún caso si lo dejabas en paz, pero podía atacar si te acercabas demasiado.
9    Tenía perfectamente claro lo que debía hacer. Debía acercarme, digamos, a unos veinticinco metros del elefante para poner a prueba su comportamiento. Si atacaba, podía disparar; si no me prestaba atención, resultaría seguro dejarlo tranquilo hasta que regresara el mahaut. Sin embargo, también sabía que no iba a hacer tal cosa. No era muy bueno con el rifle y el suelo era un fango blando en el que te hundías a cada paso. Si el elefante atacaba y erraba el tiro, tendría más o menos las mismas posibilidades que un sapo bajo una apisonadora. Pero ni siquiera entonces pensaba especialmente en mi pellejo, sólo en los atentos rostros amarillos que tenía detrás. Y es que, en aquel momento, con la multitud observándome, no sentía miedo de la forma habitual, como lo habría sentido de haberme encontrado solo. Un hombre blanco no debe asustarse en presencia de «nativos»; y por eso, en general, no se asusta. Lo único que podía pensar era que, si algo salía mal, aquellos dos mil birmanos me verían perseguido, atrapado, pisoteado y convertido en un cadáver con una mueca en la cara como aquel indio en lo alto de la colina. Y, si eso llegaba a ocurrir, era bastante probable que unos cuantos se rieran. No podía ser.
10    Sólo quedaba una alternativa. Cargué los cartuchos en la recámara y me eché al suelo en mitad del camino para apuntar mejor. La multitud se quedó en silencio e innumerables gargantas exhalaron un suspiro profundo, grave, emocionado, como el del público que ve por fin alzarse el telón en el teatro. Después de todo, iban a tener su instante de diversión. El rifle era un hermoso artefacto alemán con mira de precisión. Por aquel entonces no sabía que para matar un elefante hay que disparar trazando una línea imaginaria de un oído a otro. Por lo tanto, ya que el elefante se encontraba de lado, debí haber apuntado directamente a un oído; en realidad, apunté varios centímetros por delante, pensando que el cerebro estaría algo avanzado.
11    Cuando apreté el gatillo no oí la detonación ni sentí el culatazo —eso nunca sucede si el disparo da en el blanco—, pero sí escuché el infernal rugido de júbilo que se alzó de la multitud. En aquel instante, en un lapso de tiempo demasiado breve, habría cabido pensar, incluso para que la bala llegara a su destino, un cambio misterioso y terrible le sobrevino al elefante. No se movió ni cayó, pero se alteraron todas las líneas de su cuerpo. De pronto pareció abatido, encogido, inmensamente viejo, como si el horrible impacto de la bala lo hubiese paralizado sin derribarlo. Al final, después de un rato que pareció larguísimo —me atrevería a decir que pudieron haber sido cinco segundos— le fallaron las rodillas y cayó con flaccidez. Babeaba. Una enorme senilidad pareció apoderarse de él. Podría haberse imaginado que tenía miles de años. Volví a dispararle en el mismo lugar. Al segundo impacto no se desplomó sino que se puso en pie con desesperada lentitud y se mantuvo débilmente erguido, con las patas temblorosas y la cabeza gacha. Realicé un tercer disparo. Ése fue el que acabó con él. Pudo verse cómo la agonía le sacudía todo el cuerpo y le arrebataba las últimas fuerzas de las patas. Al caer, no obstante, pareció por un momento que se levantaba, ya que mientras las patas traseras se doblegaban bajo su peso, se irguió igual que una gran roca al despeñarse, con la trompa apuntando hacia el cielo como un árbol. Barritó, por primera y única vez. Y entonces se vino abajo, con el vientre hacia mí, y produjo un estrépito que pareció sacudir el suelo incluso donde yo estaba tumbado.
12    Me levanté. Los birmanos ya me habían rebasado y se apresuraban a cruzar el lodazal. Era evidente que el elefante no volvería a levantarse, pero no estaba muerto. Respiraba de forma muy acompasada, con largos y sonoros jadeos, el enorme bulto de su flanco subía y bajaba con dolor. Tenía la boca muy abierta; alcancé a ver las profundas cavernas rosa pálido de la garganta. Esperé durante largo tiempo a que muriera, pero su respiración no se debilitaba. Por último descargué los dos tiros que me quedaban en el lugar donde pensé que estaría el corazón. La sangre espesa manó como terciopelo rojo, pero siguió sin morir. Ni siquiera se estremeció cuando lo alcanzaron los disparos, su torturada respiración continuó sin pausa. Se estaba muriendo, muy despacio y con gran agonía, pero en un mundo alejado de mí en el que ni siquiera una bala podía hacerle ya daño. Sentí que debía poner fin a aquel espantoso sonido. Era espantoso ver a la enorme bestia allí tumbada, incapaz de moverse y, aun así, incapaz de morir, y no lograr siquiera acabar con ella. Mandé a buscar mi rifle pequeño y le descerrajé un tiro tras otro en el corazón y por la garganta. No parecieron causar ningún efecto. Los torturados jadeos continuaron con tanta regularidad como el tictac de un reloj.
13    Al final no pude soportarlo por más tiempo y me marché. Más tarde oí que había tardado media hora en morir. Los birmanos acarreaban dagas y cestos incluso antes de que me fuese, y me contaron que por la tarde ya lo habían despojado de la carne casi hasta los huesos.
14    Después, cómo no, hubo interminables conversaciones sobre la muerte del elefante. El dueño estaba furioso, pero no era más que un indio y no pudo hacer nada. Además, según la ley yo había hecho lo correcto, ya que a un elefante loco hay que matarlo, como a un perro loco, si su dueño no consigue dominarlo. Entre los europeos hubo división de opiniones. Los mayores me dieron la razón, los más jóvenes dijeron era una auténtica lástima sacrificar un elefante por haber matado a un culí, porque un elefante era más valioso que cualquiera de esos dichosos culís coringhee. Y después me alegré mucho de que el culí hubiese muerto; así la ley me ponía de su lado y me daba el pretexto suficiente para matar el elefante. A menudo me pregunté si alguno de ellos se dio cuenta de que lo había hecho sólo para evitar parecer un idiota.
 

viernes, 10 de agosto de 2012

Carta a Jennifer islas @JennIslas

Estimada Jennifer.

Acabo de leer tu carta a AMLO y aunque no tengo el gusto de conocerte, creo que tu percepción de la política mexicana está un tanto desorientada. Si tu intención es que México avance, al igual que lo anhelamos con desesperación millones de personas afectadas por la falta de oportunidad, violencia y corrupción en los altos mandos políticos, es respetable tu irritación al creer que AMLO está frenando el progreso para la nación.

Hasta hace dos años, la política en mi país no me interesaba, pasaba por alto el hablar de temas políticos donde se citaban nombres que para mi eran totalmente ajenos; nombres como Enrique Peña Nieto, Arturo Montiel, Tomás Yarrington, Humberto Moreira, Fidel Herrera, Luis Videgaray y toda una serie de personajes corruptos que pertenecen al partido por el que te dieron el puesto de coordinadora de redes sociales. Quiero aclararte antes, que no pienso que todos los priistas sean corruptos, es evidente que hay buenos y malos políticos en todos los partidos, personas que están enajenadas por la ambición del poder por el poder, embelesados por un hueso que les permita tener más y más a costa del erario público. Pero si por algo se ha caracterizado el PRI y el PAN, es por ser gobiernos que trabajan para quien tiene más, no para el mexicano promedio que vive indignamente. Hace dos años sabía muy poquito de política y sin embargo te confieso que aún así iba a votar, porque en el fondo sabía que si no lo hacía, seguramente el PRI lo haría por mí para favorecerse.

Sé que como empleada del partido por el que ahora tienes un trabajo, tienes que defenderlo como defiende un perro un hueso, no sé si por convicción propia, o por que tienes la aferrada esperanza de que todos esos “rumores” que se oyen (o gritan) acerca de que el PRI representa el autoritarismo, de que compra los votos, de que controla a los medios de comunicación, de que asesina gente y cientos de impugnaciones más, puedan ser en el fondo solo eso, rumores. Enrique Peña Nieto ha unido a México, es cierto, pero lo ha unido en su contra, y  no hablo del señor a nivel personal, sino como ente político, como la figura titiritera que siempre trataron de imponer los medios de comunicación. El señor López Obrador no está dividiendo a México y mucho menos está haciendo acusaciones falsas. Simplemente está defendiéndose por la vía legal del fraude electoral más grande que México ha sufrido. No sé cuánto te paguen por estar detrás de una computadora, coordinando a personas para que realcen la imagen deteriorada del virtual ganador de la presidencia de México. Quedaría en ti el reevaluar la ética de tu trabajo, ni siquiera en un servidor.


Jennifer, lamento decirte, y de verdad que lo lamento, pero tú también eres una víctima más de este sistema prefabricado desde los altos mandos. Que aunque te traten bien y hayas conocido a gente valiosa en esta experiencia que te está sucediendo, el PRI sigue siendo el mismo PRI de siempre y es posible que de gobernar ellos, a ti te vaya bien en un futuro, pero no así a los millones de mexicanos que queremos algo totalmente diferente. México está de luto y a la espera de que oficialmente impongan a Peña Nieto para reaccionar. Aunque veas las aguas calmadas no quiere decir que muchos mexicanos seguirán aceptando lo que a la vista de todos es una mentira que no debe ser consumada. Tienen una idea muy errónea del señor López Obrador, pero no está en mí el demostrar la manera en que derrocha el dinero Enrique Peña y la manera en que no lo hace Andrés Manuel, aunque eso ni siquiera es relevante para marcar una diferencia entre los dos.

Espero que te informes más, aunque como joven, estoy seguro de que bien sabes el camino que estás tomando, tal vez por conveniencia propia, pero antes habría que buscar el bien común, el de tus prójimos, en concreto, el que concierne a todos los que vivimos en este país. Estoy seguro (y aunque no es mi deseo) que muchos perredistas y demás mexicanos que no queremos a EPN en el poder, te atacarán en las redes sociales, etc. Sé que no te agarra de sorpresa porque, digo, finalmente estás de coordinadora de redes sociales y si te prestaste a esto sabías de antemano de la reacción de quienes estamos muy indignados.

 
Me despido, no sin antes pedirte que no confundas a los pocos jóvenes que no se han informado bien y que creen ingenuamente que es posible un México mejor con el PRI. Lamentablemente no lo es así por el momento y espero que comprendas que tenía también que hacer valer mi voz. No veo en ti a una adversaria, sé que solo cumples con tu trabajo.

Atentamente:

Javier García Ávalos

sábado, 4 de agosto de 2012

Película completa: 1984, basada en el libro de George Orwell

En 1984, Londres está gobernada por el partido totalitario del Gran Hermano. La intimidad y la libertad de pensamiento no existen. Las relaciones sexuales constituyen un delito. Winston Smith trabaja en los archivos del Ministerio de la Verdad reescribiendo y modificando la Historia. Su vida se verá seriamente amenazada cuando empiece a darse cuenta de que sus pensamientos no son tan ortodoxos como el Partido exige; además tiene una relación amorosa clandestina con Julia, una joven del departamento de novelas afiliada a la Liga Antisexo. Ambos saben que tendrán que pagar un precio muy alto por el crimen que están cometiendo y que no hay escapatoria posible.


Me pareció interesante compartir esta película, porque a pesar de estar basada en un excelente libro, nos da una idea de lo que nos podría esperar con un gobierno totalmente autoritario, que todo lo vigila. La libertad que tenemos como mexicanos y como seres humanos en general esta peligrando con gobiernos como el del PRI, que fácilmente pueden aliarse con otros gobernantes corruptos de otros países y hacernos la vida imposible.

lunes, 30 de julio de 2012

El eterno conformismo del mexicano

Hay cosas que se nos hacen cotidianas. Para un país como México, en donde nuestros derechos suelen ser pisoteados diariamente, en donde existe el favoritismo hacia las clases altas y a los de abajo solo les queda recoger las migajas con actitud sumisa, es fácil entender por qué millones de mexicanos se prestan a los caprichos de un sistema; desde la obediencia programada, que logran eficazmente a través de los medios de comunicación, hasta el servilismo descarado, que encontramos en personas con falta de dignidad, originada sin embargo por la pobreza y los valores casi nulos recibidos en casa y en la escuela.

Imaginemos una persona cuyos abuelos habitaron una casa de lámina toda su vida, y de igual manera lo hicieron sus padres, seguramente esta persona verá con cierta naturalidad vivir en esa condición si es que eso no le impide respirar, comer, y evidentemente tener un trabajo mal pagado, que le permita sostenerse en ese estilo de vida. Y aunque su situación tampoco le es indiferente, pues sabe muy bien acerca de cómo otros gozan de riquezas; asume que hay diferentes estratos sociales y que sin embargo, a él le corresponde el de vivir precariamente; al menos eso es lo que le han hecho creer los medios, el mismo sistema.

Pareciera que “el ser destacado en la vida “ tiene su sustento en casa, en la escuela, en nuestros primeros años de formación. Aclaro que destacar en la vida, no debería ser la idea absurda de poseer mucho dinero y vivir en la opulencia. Sino de llevar una vida digna, libre de deudas y que a los nuestros no les falte lo necesario para comer, para vestir, para educarse y culturizarse, etc. Como mexicanos, son muchas las cosas de las que carecimos y seguimos careciendo, pero no porque en la mayoría de los casos nuestros padres no nos hayan querido otorgar lo mejor, después de todo, como citaba una escritora alemana llamada Louise Hay, somos “víctimas de víctimas”, e independientemente de lo que nos haya tocado vivir, que fuera parte esencial de nuestro desarrollo intelectual y por consiguiente de nuestros anhelos de mejorar como seres humanos, tenemos el derecho a ser felices buscando mejorar nuestro entorno.

Pero mejorar nuestro entorno, va más allá que la autodeterminación de ser felices a pesar de las circunstancias. Es cierto que es bueno llevar una actitud positiva aunque literalmente “nos vaya de la fregada”. Pero cuando caemos en la conclusión de que estamos viviendo en una mala condición por las secuelas que deja un mal gobierno, como lo son la falta de oportunidad laboral, la educación de quinta que se recibe en este país, los salarios bajos que recibimos los que alcanzamos a tener un trabajo, y la lista podría seguir…. Es ahí cuando debemos dejar de cruzarnos los brazos para empezar a actuar, para unirse con los demás millones de mexicanos que curiosamente están pasando por lo mismo, de salir a las calles y manifestarse; no por flojos e irreverentes, tampoco porque apenas nos hemos dado cuenta de cómo están las cosas en nuestro país; sino porque estamos informados de la red de corrupción que encierran a los políticos que nos dirigen.

Se tiene la idea de que los inconformes somos rebeldes, personas frustradas que buscan ser mantenidas por el gobierno. Por supuesto que no. Somos personas conscientes de que TODOS merecemos un mejor nivel de vida por los impuestos que pagamos; vivimos pensando en trabajar y dar nuestro mejor esfuerzo, con la esperanza de que al hacerlo bien, construimos no solamente un mejor futuro para nosotros sino también para un México en conjunto, incluso para los apáticos que se quedan en su casa quejándose de nosotros. Ha llegado el punto en donde el dejar de ser conformista, significa manifestarse a viva voz en las calles, de empezar acciones concretas en conjunto contra el sistema que nos ha oprimido durante décadas. Si eres de los que apoya esta causa, no te quedes más en casa pensando en que sí hubo un fraude y que no hay cómo reparar el daño; con todo respeto te invito a que te unas a las marchas que pelean por una causa justa e informada. 

Infórmate. Divulga. Comparte. Despierta de ese sueño programado. No te conformes.

martes, 17 de julio de 2012

¿Y tú, cuánto cuestas?

En una sociedad donde todo se ha convertido en una mercancía ¿Y tú cuanto cuestas?, cuestiona filosóficamente a la gente de las calles de la ciudad de México y Nueva York sobre su relación con el dinero, la vecindad geográfica o la influencia cultural. El autor, asegura que los círculos de poder que controlan al mundo ven al ser humano como un producto, el cual está diseñado y programado para consumir otros productos. Las profundas reflexiones, invitan al espectador a cuestionar el sistema que rige a la civilización occidental, sin ser una cinta con pretensiones propagandísticas y evitando abordar temas políticos tendenciosos directamente.


De La Servidumbre Moderna

De la servidumbre moderna es una película documental franco-colombiana realizada en 2009 por Jean-François Brient completamente libre de derechos de autor. Fue elaborada a partir de fragmentos malversados de películas de ficción y de documentales. El objetivo central de esta película es revelar la condición del esclavo moderno en el marco del sistema totalitario mercantil y dar a conocer las formas de mistificación que ocultan su condición servil.

Teletirania: La dictadura de la television en Mexico

Teletiranía: La dictadura de la televisión en México, está basado en una exhaustiva investigación, critica con humor corrosivo los contenidos y las conductas públicas de los concesionarios de este medio que reclaman para sí el poder total. La crítica incluye a una clase política que atemorizada se somete, y hace posible que se someta a los ciudadanos a la telecracia, ese imperio de lo banal que amablemente se impone a través de la pantalla chica a una sociedad desinformada y conformista.

Teletiranía es un documental indispensable para entender el papel de la televisión en la fallida transición a la democracia en México, que cuenta con las calificadas opiniones del periodista Jenaro Villamil, los senadores Javier Corral y Manuel Barttlet y el magistrado del tribunal electoral del DF Pedro Rivas.


¿Por qué festejaron tan pocos el triunfo de EPN?

Eran las 8:13 pm. del 1ro de Julio del 2012. Iba manejando escuchando un reporte especial de las elecciones en el radio. El locutor: Alejandro Cacho, cuya transmisión parecía demasiado tendenciosa hacia la presunta victoria de la coalición compromiso por México, encabezada por el candidato Peña Nieto. Habían reporteros en las cedes del  PRI, PAN y PRD que le mencionaban a Alejandro Cacho del ambiente que se vivía en esos momentos.

Por su parte, al reportero en la cede del PRI se le escuchaba con un tono como si se le hubiera aparecido la virgen, diciendo que el ambiente que se vivía era de fiesta y que había luces, música y que todo el mundo se estaba felicitando dentro, esperando prácticamente que el IFE diera por ganador a su candidato. Llama la atención que, a esa hora, solamente llevaban computadas menos del 1% del total de las actas. Me pregunté: ¿Esto es en serio?, y me respondí. Si fuera así, sería un descaro por parte del PRI anunciarse como ganador en este momento. Recuerdo incluso cuando EPN recibía la instrucción de decir que a él no le correspondía decir si era el ganador de los debates que hubo y que era el pueblo de México el que debería decidir (casi hasta se me salen las lágrimas de recordarlo). Entonces.. ¿por qué festejar antes de tiempo ahora? El diario el Universal, había impreso antes de las 9 pm  del mismo 1ro de julio su primera plana, anunciando que había sido EPN el triunfador. El teatro estaba armado desde hace años.

En la cede del PAN, reportaban de plano un ambiente desolador, caras largas, preocupadas, y para ese entonces ya la candidata Josefina Vázquez Mota (JVM) había anunciado que los resultados no le favorecían. El ambiente lo pintaban mal y solo cabe destacar que su situación desfavorable era bien sabida por la candidata desde semanas atrás, también era sabida por muchos mexicanos. Hubo por supuesto, quienes se la pasaron atacando sin cesar al candidato de la Izquierda en las redes sociales, pues su candidata era incapaz de hacer proposiciones creíbles, o al menos, que en realidad beneficiaran a México. Seguía la misma línea del gobierno entreguista que Felipe Calderón, del que agacha la cabeza ante las potencias mundiales, o ante cualquiera que tenga dinero y un jugoso negocio que ofrecer.

En la cede del PRD, el reportero se encargó que en nuestras mentes se pintara una cara de preocupación de los simpatizantes de Andrés Manuel (AMLO), como si dieran por hecho una derrota inminente. Alejandro Cacho puntualizaba a cada rato que AMLO había dicho que llegaría ahí a una hora determinada para dar algunas declaraciones pero que era la segunda vez que ya se había pospuesto la llegada y dejaba en claro para los radioescuchas que se trataba de un ambiente tenso y de incertidumbre.

El fraude ya se esperaba. Lo importante era saber quiénes, cómo, en qué lugares, de qué forma se daría. De cualquier manera, cuando al anochecer se dieron los resultados del PREP, que le daban la ventaja a EPN, pero en las calles no pasó nada, y me refiero en toda la república mexicana. La única fiesta se vivió en el CEN del PRI, donde hasta el cantante Julio Preciado se prestó para amenizar el teatro armado.

Cada día que pasa, hay acciones que hace el PRI (declaraciones, nuevas pruebas de compra y coacción de votos, etc.) que son como un granito de arena que cae un saco de indignidad perteneciente al pueblo de México. Ellos creen que pueden meter ahí costales llenos de basura sin que reclamemos, pero esta vez, diría que apostaron demasiado alto, sobrestimaron la idiosincrasia del mexicano y creyeron que nos venderían una telenovela para llevar a cuestas, nosotros y el precio que tendrían por pagar nuestras generaciones de concluirse esta burla a la democracia. Pero el pueblo, aunque sumiso, está viendo cómo este saco, más que lleno está desparramándose y ya no hay más lugares a mentiras y engaños. Solo es cuestión de esperar un poco más… En este mismo momento, en que se siente un silencio y pareciera que nada pasara, el PRI está preocupado por las manifestaciones de miles que salen a las calles y que gritan a viva voz “Si hay imposición, habrá revolución”, “Fuera Peña”, entre otras consignas y repito: Solo hay que esperar un poco más.

lunes, 16 de julio de 2012

A algunos días de las elecciones (del fraude)

Llego a mi casa y, a quince días de haber votado, me queda todavía el mismo sabor amargo de ayer, de antier, y de los demás días; soy parte de esa impotencia colectiva que se siente en el ambiente, que no se quita con una ida al cine o tratando de pensar positivamente. Pero no soy el único, millones de mexicanos lo sentimos y tenemos --estoy seguro de ello-- una corazonada de que el PRI, tenga que vérselas duras con un pueblo mexicano que exige justicia pero sobre todo, exige una vida libre, con mejores oportunidades y no lo que alcance a salpicar un gobierno autoritario, lleno de mañas y lleno de dinero del erario público. 

Y ya que no puedo ir a los puntos concurridos de la ciudad a gritar esta inconformidad por mi cuenta, sin antes ser tachado de fanático, mal perdedor, pejezombie, revoltoso, etc., he decidido crear un blog para hacer catarsis, y también por si hubiera alguno que no esté enterado de la situación política en México; aquí trataré de describirla, tratando de ser lo menos subjetivo que me permita el alma.

Para no andar con divagaciones, mi voto de estas elecciones se lo di al señor Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Cabe aclarar que lo hice después de informarme muy bien, meses antes del primero de julio. Dediqué horas enteras a ver documentales, leer en internet, en periódicos, platicar con muchas personas, etc., por lo que tengo  mi conciencia tranquila. Es deplorable ver la desinformación en torno a AMLO. Algunos medios de comunicación, motivados por la ambición del poder y obedeciendo a la razón de "favor con favor se paga", se han encargado de desfavorecer su imagen, de hacer creer que tiene ideas comunistas, de llamarlo "Peligro para México", y muchas cosas más. Pero por otro lado, elogian a quienes se encargaron de empobrecer al país en los últimos 30 años y omiten sus desfalcos, tiranías, corrupción, autoritarismo, y todos los adjetivos deshonrosos que usted le quiera colocar.

Es imprescindible mantenernos informados de la situación poselectoral. He escuchado comentarios como: “Pues ya nos fregaron otra vez, ahora hay que seguir trabajando duro”. Me pregunto hasta cuántas generaciones más iremos aguantando todo este lastre. Si desde el principio los mexicanos hubiéramos pensado así, seguramente hoy nos gobernaría algún descendiente de Maximiliano de Habsburgo. Ya muchos hemos despertado, pero faltan muchos más para que se unan a una causa justa, una revolución pacífica para alzar nuestra voz como una sola y hacer que valga, no solamente que se escuche.

El país está sufriendo un cambio impactante y yo quiero formar parte de ese cambio para bienestar de mis prójimos y de las generaciones venideras. Es hora de permanecer activo para hacer valer ya no solo un voto, sino tus derechos, tu libertad y un futuro mejor para México, porque después de todo lo que hemos pasado, ya nos lo merecemos.